Desde que comenzó a estudiar Diseño de Indumentaria supo que tenía que trabajar para aprender: estuvo en locales de ropa, en revistas especializadas y aprendió trabajando al lado de Jessica Trosman. Finalmente tomó prestado un espacio de la centenaria talabartería de su familia e inició su propio camino. Hoy, tiene su marca de accesorios que está dando sus primeros pasos en Nueva York, Londres y París. En este número de Quórum, una entrevista a fondo con la joven Clara Aynié, una diseñadora que no sólo apuesta a la durabilidad, sino también a lograr lo que pocos en Argentina, mantenerse en el tiempo.
Para llegar al taller de Clara hay que atravesar la clásica talabartería Aynié, situada justo detrás del Hipódromo de Palermo y fundada por su bisabuelo hace ya más de cien años. Es llegar y toparse con monturas y riendas, hasta alcanzar un lugar mucho más despojado con carteras y accesorios pensados por una joven de 26 años con ideas que van justo contra el fast fashion y el marketing de la indumentaria hoy.
¿Cómo arrancó tu relación con la moda y el diseño?
Desde que soy chica tengo un interés muy fuerte en la moda e indumentaria. Viste cuando sos chiquito te preguntan “¿qué vas a ser cuando seas grande?” y los niños contestan policía o astronauta, bueno, yo siempre dije “diseñadora”. Yo sabía: me encantaba disfrazarme y vestirme, y desde re chiquita que me elijo la ropa. Pero cuando terminé el secundario y llegó la hora de decidir, tuve un raye y me puse a estudiar artes visuales como mi mamá y mi abuela. Fue como un verano de confusión. Al poco tiempo entré a la UBA y me puse a estudiar diseño de indumentaria. Siempre tuve la idea de que la carrera no se hace sola, sino que hay que hacerla trabajando.
¿Y cómo fueron esos primeros trabajos?
Empecé a trabajar en un local de ropa, pero duré muy poco porque enseguida me contrataron de una revista que se llamaba “Catalogue”, que era bastante experimental, muy de nicho, pero absolutamente genial. Realmente tenía un contenido muy superior y gracias a eso conocí a mucha gente. Cuando la revista cerró, empecé a trabajar con la marca JT de Jessica Trosman en donde me desempeñé durante 4 o 5 años. El contrato venció y decidí poner mi marca.
¿Cuántos años tenés?
26.
Sos muy joven…
Sí, pero yo ya no me siento tan joven porque empecé a trabajar de muy chica. A los 19 ya hacía dos años que estaba trabajando en este rubro.
¿Y cómo llegaste hasta este taller?
Terminé haciendo esto porque tuve ganas de tener mi proyecto personal. Siempre supe que iba a tener mi propia marca. Volver a la familia y a esta tradición era una nueva forma de encarar un proyecto propio, pero basado en las raíces. Entonces, inventé esto que es una fusión entre talabartería, marroquinería e indumentaria.
¿Así definís lo que hacés hoy?
Lo que hago hoy es una línea de accesorios -con ciertas ideas de talabartería- pero que retoma la artesanía como modo de producir en general.
La idea es que todos los materiales sean súper nobles, sean perdurables y que mantengan un cierto “lujo”, como de cosas especiales. Son piezas hechas por muchas manos y muy a conciencia. Apuesto mucho a la calidad, a los detalles, pero no de una manera banal o genérica.
Por ejemplo, la primera vez que viajé a Europa en vez de comprarme un montón de cosas me compré un solo par de botas que me costaron muchísimo, pero fue lo único que me compré: creo mucho en las cosas particulares y durables, en ese enamoramiento. Yo no creo en tener un montón de carteras y de cosas que cumplan un rol tan temporario sino en objetos con más “eternidad”, que te acompañen todo el tiempo.
¿Creés que la durabilidad y la nobleza es algo que se ve en el diseño argentino?
Yo creo que sí existe esta idea de durabilidad y nobleza en el diseño argentino, aunque son contados los diseñadores argentinos por culpa de esta economía que tenemos, porque hacer un negocio encarado desde el punto de vista del diseño suele ser un desafío que pocos logran mantener a lo largo del tiempo.
Hay muchas marcas que comenzaron teniendo ideas, diseños y materiales fantásticos y hoy en día son un bajón porque la economía fue achicando todo a la mínima parte y las marcas, para subsistir, bajaron muchísimo su calidad. Entonces, mi objetivo es que esta idea de calidad y durabilidad sea parte de la columna vertebral de la marca, e indisociable a futuro.
¿Cuán difícil es emprender y llevar adelante una marca, un producto y un negocio en este país?
Es muy difícil. Y es difícil en cualquier tipo de negocio, pero este rubro de la indumentaria y de los accesorios tiene un montón de cosas en contra: precarización, informalidad en relación a los proveedores, a los materiales. El gran desafío es armar lazos fuertes con proveedores y artesanos.
Un gran problema es que necesito trabajar con materiales importados como el cuero de oveja que viene de Italia o los hilos que vienen de Japón, y es muy complejo de hacer en una estructura chica como la mía. Esto sin contar que no existen préstamos ni ningún tipo de apoyo institucional como para emprender algo. No es imposible, de hecho yo lo estoy haciendo, pero es difícil emprender en este país.
Tu marca se llama Aynié, igual que la talabartería, ¿la gente se confunde? ¿Qué te pasa con eso?
Lo que pasa es que la clienta que llega acá y ya conocía la talabartería se sorprende, pero le encanta. Está la persona que llega por una cartera y te dice “yo compraba acá mis botas de montar cuando era chica”. La talabartería tiene esa memoria: fue fundada hace 100 años por mi bisabuelo que era inmigrante español, luego la llevó adelante mi abuelo y hoy es manejada por mi papá. Es 100% familiar y conocida por tener muy buena calidad y por tener muchas cosas hechas a mano. Por otro lado, a la gente que no conoce la talabartería le parece un mundo fascinante. Entonces es una relación que funciona muy bien. Por ahora no hubo confusiones.
¿No te ves de ninguna manera haciéndote cargo de la talabartería?
En un momento barajé la opción, la charlé con mi padre y después me di cuenta de que las tradiciones y las herencias a veces tienen cosas buenas pero también cosas demasiado pesadas y estoy eligiendo escapar de eso tan pesado y seguir mi camino.
Recién hablabas de los mercados externos, ¿ya comenzaste a exportar?
Sí, estamos comenzando a exportar a Nueva York, Miami y Los Ángeles, y por otro lado a París.
¿Y cómo fue eso, cómo diste con estos mercados?
Es muy complejo realmente. Los negocios que estoy haciendo ahora quizás no son los ideales, pero son comienzos de tiendas, en muchos casos itinerantes, que solicitaron mis productos y los están empezando a comercializar. Digo que estamos empezando porque hay productos que todavía no viajaron. Es el comienzo de la exportación.
¿Y cómo ves al diseño afuera?
En febrero estuvimos haciendo una presentación en Londres. Fui en conjunto con otra marca que se llama La Rando, y fue el primer paso en un mercado internacional que es enorme, que está muy fragmentado y es especialmente complejo porque hay una guerra que afecta a Europa, venimos del Covid y una recesión mundial terrible. Ir a competir a Londres, a París, a Nueva York que son los mercados centrales de moda, es bastante difícil porque están los mejores de los mejores y hay propuestas muy buenas.
Además, no es que haya tanto lugar para nuevos diseñadores. Desde acá lo que podemos hacer es un trabajo de hormiguita para generar nuestro espacio. En Argentina no tenemos muchos ejemplos de marcas de diseñadores que sean independientes a quienes les haya ido muy bien en el exterior y que se hayan podido mantener en el tiempo.
¿Y cómo ves al diseño argentino hoy?
Ahora tenemos a muy buenos ejemplos de diseños, por ejemplo, mi vecina que se llama Maydi hace tejidos con lanas naturales que exporta a Japón; está La Rando que es la marca con la que yo viajé, que es toda ropa de cuero, que es espectacular; está Dubié que hace calzado. Hay un montón de diseñadores y están sucediendo cosas espectaculares, pero la incógnita está en el desafío de sostenerse. Incluso entre las marcas grandes que quisieron hacer cosas en el exterior hay muy pocos ejemplos: hay una ecuación ahí que no funciona y habría que ver por qué.
¿Cuáles fueron tus influencias?
Hay un montón, obviamente. A nivel laboral haber trabajado con Jessica Trosman, que fue una maestra y me mostró muy de cerca su forma de trabajar. Aprendí mucho de ese sistema para pensar, diseñar y proyectar. Obviamente, tenemos estilos absolutamente distintos y hacemos cosas muy distintas pero hay algo como de quien uno aprende que es como un marco de conocimiento, de gestación muy importante. Pienso que estudiar es lo mejor, pero soy de la escuela del trabajo. Pienso que poner las manos en la masa es lo que te da la posibilidad de sentirte capacitado de hacer algo vos solo. Obviamente necesitas conocimiento universitario.
¿Qué cosas te inspiran?
Hay muchas cosas que me inspiran, pero no me gusta nombrar a otros diseñadores a nivel de inspiración. Me siento absolutamente atraída por el mundo ecuestre y el mundo de la talabartería, es algo que me vuela la cabeza por el nivel de detalle y por la cercanía entre la materialidad y la funcionalidad. También hay una revista inglesa que me encanta que se llama The Gentlewoman que se encarga de hacer notas a mujeres muy diversas en donde cuentan sus experiencias con relación a sus rubros. Eso me resulta súper inspirador. También me siento muy inspirada por cierta idea de técnicas ancestrales que tenemos en Latinoamérica, es algo muy identitario. Si uno se pone a pensar en qué es la identidad argentina piensa en un gaucho y te preguntás: ¿Qué ropa usaba el gaucho? Yo quiero conocer todas esas técnicas.
¿Cómo es el recorrido desde que llega la idea hasta que se convierte en el objeto?
Es todo un recorrido y es de lo que más me costó entender porque soy una persona bastante ansiosa. Es un proceso que tiene mucho de prueba y error, que es algo muy común cuando uno inventa cosas y no las copia directamente, y al trabajar así hay que ver cómo funciona.
Empecé a trabajar con materiales y con cosas que fui descubriendo: cómo podían tener más cuerpo, cómo podían ser más blanditas, cómo podían cerrarse, como podían adaptarse. Fue una búsqueda muy personal. Quizás el primer producto fue el más difícil pero después todo el resto fue como una evolución. Cuando uno encuentra su lenguaje es mucho más fácil, pero el diseño es complejo.
¿Y en dónde empieza, en un dibujo, en papel?
Soy más de las formas porque me gusta verlo. Hace poco inventé algo que me sirve para empezar a ver las cosas que es hacer maquetas en goma eva, obviamente no tengo modo de imitar el tejido pero soy más de lo tridimensional y eso lo aprendí de Jessica Trosman, ella empezaba a cortar telas y a armar cosas y así es como se va armando la prenda.
Me sorprende cómo estás en cada detalle, cómo funciona, de qué modo cierra…
Es que son todos productos que cumplen funciones y cada detalle es muy importante. Nada es caprichoso. No es una obra de arte que va a ir colgada en una pared. Es algo que al estar en relación con el cuerpo, cada funcionalidad es importante. Por eso insisto también con la durabilidad porque hoy las cosas están cargadas de tanto marketing, que todo el mundo se olvidó de lo importante que es que las cosas duren y yo estoy en contra de eso. Creo que no está bueno tener veinte carteras sino tener algunas que te gusten mucho y volver a una idea mucho más antigua de la relación con las cosas, y no este fast fashion de tener tres mil de cada objeto. Yo milito la nobleza de las cosas, para mí es algo re importante.