Ivana Bloch: “Juzgar sin ambición y sin miedo”

Ivana Bloch a la hora de juzgar lo hace sin pretensiones de ascensos ni de premios. 

Fue abanderada en el acto universitario de graduación con Diploma de honor de la UBA. Es magister cum laude de la Universidad de Würzburg y primera en orden de mérito al concursar para jueza de tribunal oral criminal. 

Detallista y decidida; dedica su tiempo a pensar las mejores soluciones para cada caso que llega a su tribunal. Los amores por fuera de sus afectos son la literatura y la música.

Ivana es mujer, jueza, madre, profesora y es muy amiguera. Reconocida principalmente por su destacado desempeño dentro del Poder Judicial, en esta entrevista para Quórum, cuenta algunos detalles de su trayectoria y deja ver mediante sus palabras, la calidad de persona que encontramos detrás de la investidura judicial.

Sería muy saludable pensar en un sistema en el que se dé la posibilidad de trabajo a los mejores alumnos de las distintas universidades.

¿Cómo fue tu llegada a los Tribunales y cómo recordás aquellos años?

Mientras estudiaba derecho fui dándome cuenta de que no me sentía atraída por la litigación privada y que sí me interesaba más la defensa pública o el poder judicial. Yo no vengo de familia de abogados y la verdad es que en ese momento (años ’90) era muy difícil ingresar al Poder Judicial sin ese tipo de relaciones. Por eso siempre seré una agradecida a la Facultad de Derecho de la UBA y a un docente en particular, mi profesor de Derecho Penal Juan José Ávila, quien no sólo despertó en mí el interés por esa rama y me inculcó la ética de la profesión, sino que fue también quien me recomendó para ingresar al Poder Judicial. Es así como estuve a prueba por tres meses con el juez de la Cámara Federal de San Martín, Alberto “Tito” Mansur, quien antes de ser camarista fue Secretario de asuntos legales de la CONADEP y había estado exiliado durante la dictadura militar. “Tito”, con su conocida exigencia, dedicación y ejemplo, me enseñó muchísimo y hasta hoy tengo con él una excelente relación. Durante mis comienzos conté también con la gran ayuda de compañeras y compañeros que trabajaban allí antes que yo. Como sé lo importante que fue para mí, trato de replicar lo que mi profesor hizo conmigo y recomendar a mis mejores estudiantes.

Sería muy saludable pensar en un sistema en el que se dé la posibilidad de trabajo a los mejores alumnos de las distintas universidades.

¿Cómo fueron tus años trabajando en la Corte Suprema? 

Allí trabajé once años en la vocalía del Dr. Fayt (de 2000 a 2011). Primero como prosecretaria letrada y luego como secretaria letrada. En ese trabajo pude unir las dos ramas del derecho que más me gustaban: la del derecho penal y la del derecho constitucional. Con respecto a la labor en la Corte, un aspecto muy interesante consiste en que muchas veces debés trabajar en áreas distintas a las de tu especialidad, sobre todo cuando la trascendencia de los temas lo exigen (se me vienen a la memoria, por ejemplo, las causas del llamado “corralito”). Hay un gran trabajo en equipo, tanto con el resto de los y las colegas de la vocalía como con letrados y letradas de otras vocalías y secretarías de la Corte. Desempeñarte en la CSJN también tiene de fascinante que se presentan verdaderos dilemas: las cuestiones éticas más complejas se debaten allí como en ningún otro lugar. 

Fundamentalmente en esos años tuve la oportunidad de colaborar en la elaboración de los votos y disidencias en todas las causas penales de mayor relevancia que se presentaron. El Dr. Fayt me dejó muchísimas enseñanzas: sobre todo el modo en el que debían manejarse los conflictos y sus tiempos así como la importancia de repensar los temas, argumentar y no cerrarse a los cambios. Mi tránsito por la Corte me permitió también plasmar lo mucho que había aprendido de quien fuera la persona que más influencia tuvo en mi formación y con quien tuve el honor de trabajar: Carlos Nino.

¿Cómo ves hoy en día el funcionamiento de la Corte y qué te pasa cuando escuchas las duras críticas que recibe por parte de la política? 

En primer lugar debo decir que el modo actual de selección de los miembros de la Corte ha sido un cambio sin dudas superador en relación con la forma en la que se elegía a los ministros con anterioridad, lo que se traduce en votos y debates muy interesantes.

El gran problema en cuanto al funcionamiento de la CSJN, es que ya desde hace muchísimo tiempo se transformó en lo que no debía ser: una tercera o cuarta instancia a la que pueden llegar prácticamente todos los casos. Si no se va en camino a una transformación o se vuelve a un sistema en el que sólo sean determinadas cuestiones las que llegan allí, el trabajo es insostenible e inabordable para cualquiera y además facilita que se cuele un factor discrecional en el tratamiento de los casos.

Cuando se habla de ampliar el número de miembros -siempre que se trate de un número razonable- o de crear salas, es una obviedad que teniendo en cuenta el gran volumen de causas que se maneja actualmente, cualquiera de las opciones podría optimizar el trabajo; esto, en la medida en que se realice una distribución inteligente de las causas y se piense en mejoras en la circulación. Sin embargo, si la cantidad de causas fuera aquélla que sólo contuviera los temas que realmente deberían discutirse en una corte suprema, la ampliación o la creación de salas quizá ya no encuentre tanta necesidad o, cuanto menos, no la misma necesidad (por otra parte en el marco de este debate suele hacerse inadecuadas comparaciones con tribunales constitucionales propios de sistemas parlamentarios).

En relación con las críticas que se hacen desde la “política”, creo que al ser miembro del Poder Judicial es un terreno en donde no corresponde inmiscuirse. Sí, puedo decir que muchas veces se instalan enfoques maniqueos sobre nuestras instituciones, que por otro lado ni siquiera se mantienen constantes: lo que hoy es bueno mañana es malo y viceversa sin mayores explicaciones y según a quién beneficia o perjudica. 

Siempre fui de pensar que los jueces sólo debían hablar mediante sus sentencias, pero, como se puede ver, esta propia entrevista es el ejemplo viviente de que he variado un poco mi posición.

¿Cómo ves hoy la relación entre la Justicia y los medios de comunicación? 

Siempre he pensado que los jueces sólo debían hablar mediante sus sentencias, pero, como se puede ver, esta propia entrevista es el ejemplo viviente de que he variado un poco mi posición. No hay dudas acerca de la importancia radical de los medios de comunicación en un sistema republicano y de la gran contribución que significa que en muchos casos los medios hagan visibles determinados temas y situaciones injustas, obligandonos a tener una mayor transparencia; sin embargo, no pueden compararse los tiempos de La Gazeta dirigida por Mariano Moreno con el escenario que se presenta actualmente en cuanto a los medios de comunicación como grandes empresas que además de comunicar deben ser exitosas comercialmente. Y es desde ese punto de vista que observo que en los últimos años se instaló una suerte de rivalidad entre los medios como “custodios del sentido común”, que se manifiestan en representación de “la gente”, por un lado, y los jueces y juezas, por otro, quienes al trasponer la puerta de los tribunales pierden mágicamente todo sentido común. ¿No le sorprende al público que consume ese tipo de noticias que todos los jueces sean seres que abruptamente actúan de las formas más irracionales? Porque es así como se presentan la mayoría de las noticias que involucran al Poder Judicial, sumado a un gran conjunto de “charlatanes” que se ocupan de los temas judiciales que copan -sobre todo- la televisión. Y es en esos momentos en los que me pregunto si no es quizá un error que no hablemos porque es claro que no se puede responsabilizar a ese público de lo que no construimos como democracia deliberativa. 

Y es en esos momentos en los que me pregunto si no es quizá un error que no hablemos porque es claro que no se puede responsabilizar a ese público de lo que no construimos como democracia deliberativa.

¿De qué modo se combina hoy el trabajo como docente y el trabajo dentro del Poder Judicial?

Para mí el trabajo docente y el judicial generan una retroalimentación muy interesante.   Desde hace muchísimos años imparto la materia Elementos de derecho penal y procesal penal en la Facultad de Derecho de la UBA y soy docente de posgrado en la Universidad de San Andrés. También tuve una experiencia muy enriquecedora durante dos años como docente de garantías constitucionales en el Centro Universitario Devoto (CUD). Sin embargo, y no quiero que esto suene soberbio, son muchas las veces que rechazo ofrecimientos para tareas docentes porque considero que si quiero trabajar seriamente como jueza y también preparar las clases y atender a las necesidades de mis alumnos como corresponde, una aceptación no acotada atentaría indefectiblemente contra el correcto ejercicio de ambas responsabilidades. Ello sin perjuicio de los beneficios de la retroalimentación del tándem docente/jueza: por un lado, los estudiantes nos confrontan, nos obligan a reflexionar, a argumentar, a cuestionarnos, y eso aporta muchísimo a mi trabajo de jueza (así como las valiosas contribuciones de todo mi equipo docente). Por otro lado, el trabajo diario en el Poder Judicial me ayuda a pensar en las implicancias prácticas de ciertas cuestiones, que quizá no vería si sólo me dedicara a la investigación académica. Además, la enseñanza te obliga a una permanente actualización. 

¿Cómo se sale de una manera productiva de la discusión entre mano dura y “garantismo”?

Claramente no creo en esa dicotomía. La única manera de interpretar la ley en un estado de derecho es de modo garantista, que no es más que aplicar las garantías de la Constitución Nacional. Y acá me permito una aclaración que parecería obvia, pero que en tiempos de populismo punitivo creo que resulta necesaria: estas garantías deben regir por igual sea quien fuera, quien se encuentre en el banquillo. Volviendo a la cuestión terminológica, no sé cómo es que en un determinado momento la palabra “garantismo” se transformó en una “mala palabra” o en un estigma. Ciertos términos han sido tan banalizados que creo que muchas personas cuando se refieren al “garantismo” no  perciben realmente a qué se está aludiendo. Me ha pasado en los últimos años que personas que casi no conocía me han llegado a preguntar en encuentros sociales si yo era garantista. Preguntarle a un juez si es garantista es como preguntarle a un médico si es de los que siguen el juramento hipocrático.  

¿Las mujeres hoy tienen más oportunidades dentro de la Justicia o aún existe el famoso techo de cristal?

Que existe un “techo de cristal” es indudable y basta con ver la conformación de los tribunales superiores. Incluso en los tribunales orales penales somos muy pocas las mujeres, como así también en el ámbito universitario a nivel de profesoras adjuntas regulares o titulares. En gran medida, esto se debe a un tema del que poco se habla y que lentamente va cambiando: la distribución del trabajo de cuidado.

Creo que las mujeres que de algún modo pudimos avanzar en la carrera judicial fue a costa de mucho más sacrificio que el que hicieron los varones y porque tuvimos la “suerte” de construir parejas -en los hogares no monoparentales- en las que la distribución del trabajo de cuidado no era tan inequitativa.

En referencia a si ya dentro del Poder Judicial experimentamos situaciones de claro machismo debo decir que esto también está en transformación. En gran medida porque las mujeres hemos puesto freno a muchas de esas situaciones; sí todavía, nos topamos con escenarios donde se reflejan los llamados micromachismos: desde varones que piden perdón porque hay “damas” presentes si se va a decir una “mala palabra” hasta el trato distinto -una suerte de excesivo respeto, y a la vez desdén, por nuestra condición de mujeres- que recibimos muchas veces por parte de las fuerzas de seguridad.

Estas cuestiones que en general pasan inadvertidas y parecen menores e inofensivas son las que van conformando nuestra realidad e inevitablemente tienen su resonancia en cuestiones más trascendentes y siguen dejando culturalmente a la mujer en una situación diferente y de menor autonomía (más allá del éxito que cada una pueda tener individualmente para confrontarlas). Por ello es muy importante detectarlas. Hasta que me lo señaló una joven y apreciada funcionaria, yo nunca había hecho el ejercicio de reflexionar acerca de si ante determinada situación un colega o jefe habría actuado de distinta manera si tenía como interlocutor a un varón o una mujer. Una llega a sorprenderse mucho con el resultado de ese ejercicio.

Por todas estas cuestiones y desde la posición que hemos alcanzado es nuestro deber fomentar todo tipo de acción positiva, trabajar como “mentoras” de aquellas mujeres que quieren progresar en la carrera e integrar los jurados en donde se exige presencia de mujeres. Por lo pronto también sigo construyendo redes en pos de esos objetivos con mujeres destacadas de nuestro medio por las que siento profunda admiración y con quienes me une una verdadera amistad, tales como Carolina Fernández Blanco, Paola Bergallo, Patricia Ziffer y mis compañeras de vocalía en la CSJN, entre tantas otras.

Que existe un “techo de cristal” es indudable y basta con ver la conformación de los tribunales superiores. Incluso en los tribunales orales penales somos muy pocas las mujeres, como así también en el ámbito universitario a nivel de profesoras adjuntas regulares o titulares.

¿Cómo ves hoy la justicia en cuanto a perspectiva de género? 

Creo que la capacitación obligatoria que se instauró para los tres poderes del estado desde la sanción de la “ley Micaela” sí ha sido un gran avance. En el caso del PJN ya hace muchos años que la Oficina de la Mujer que depende de la CSJN organiza este tipo de cursos de capacitación y también lo hace el Consejo de la Magistratura. En cuanto a lo que significa juzgar con “perspectiva de género” es fundamental no transformar este concepto en mero cliché y trivializar a punto tal que creyendo que si se cita, por ejemplo, a la CEDAW, las sentencias ya se encuentren “bendecidas”; ese enfoque superficial termina desgastando un criterio importante y resulta contrario a los fines que se procuran conseguir, en tanto se desincentiva la provisión de razones.

También debo decir que hace unos años, por una cuestión generacional -y pese a mi postura feminista de siempre- no me sonaba bien esto de “juzgar con perspectiva de género” porque lo sentía contrario a la idea de un derecho penal liberal en el que se debe juzgar sin ninguna perspectiva en particular y protegiendo las garantías del imputado o la imputada, más allá del caso de que se trate. Luego entendí, que justamente era eso, que si no se tiene ese enfoque sensible al género, que si no se atiende a ciertas cuestiones de desigualdad estructural que viven, por ejemplo, las mujeres, no se está juzgando a todo el mundo igual (esto aplica tanto cuando las mujeres son presuntas víctimas de todo tipo de violencia como cuando son imputadas: el caso de las “mulas”, el narcomenudeo, por ejemplo).

Desconocer esas asimetrías, esas desigualdades, justamente significaba que no estábamos juzgando como correspondía y es lo que la perspectiva de género viene a enmendar. Eso puede verse, claramente, en conceptos como el de la “debida diligencia en la investigación” que incorporamos a partir de la normativa y la jurisprudencia internacional, lo que no implica que los casos en los que las mujeres son presuntas víctimas hay que juzgarlos “mejor que otros” pero claramente no “peor que otros”: esto es, soslayando cuestiones importantes en relación con el contexto en este tipo de casos, tal como se venía haciendo.

De otro lado, esta perspectiva no puede significar en modo alguno que se arribe a condenas relajando el estándar probatorio en los casos en los que las presuntas víctimas son mujeres. Lo que resulta irreductible es el estado de inocencia de la o el imputado por lo que en relación con el relato de la presunta víctima, evaluar con esta perspectiva no significa hacerlo de modo más favorable hacia ella, sino, como se ha dicho, eliminado ciertos estereotipos que tratan de universalizar como criterios de racionalidad lo que no son más que simples máximas de experiencias machistas, como por ejemplo, el estereotipo de la víctima ideal. 

Para terminar con la pregunta sí quiero aclarar que lo que me parece absolutamente repudiable es que algunos jueces manifiestan que ellos no están de acuerdo con la “ideología de género”. Ya el solo hecho de hablar de ideología y no de perspectiva es una muestra clara de la falta de comprensión del concepto y del desinterés por estudiarlo cuando, por otra parte, es nuestro deber.

¿Cómo fue tu experiencia cuando concursaste para ser jueza de la nación? 

Yo soy una agradecida de los concursos. Mis dos actividades profesionales son de las pocas que se concursan en nuestro país: tanto la de jueza como la de profesora. Ha sido un gran esfuerzo el de concursar -sobre todo porque en los dos casos lo hice con dos hijas muy chicas que fueron las que seguramente cargaron con el mayor costo-, pero es un esfuerzo que bien valió la pena y que correspondía hacer. Digo que corresponde concursar pero no deja de ser arduo, por eso a veces me indigno, cuando escucho esto de que fácil: “te hacés juez y listo!” porque el camino no es fácil, requiere de muchísima aplicación, llegar cansada o cansado del trabajo y luego estudiar por horas, pasando por muchas etapas de evaluación. A ello se le debe sumar el estado de incertidumbre que se vive durante la injustificadamente larga duración del desarrollo de los concursos. En mi caso, debo agradecerle mucho a mi querida hermana y a Esteban Righi -una persona humilde y aguda como pocas-, que me convencieron de que lo hiciera cuando yo no estaba del todo decidida acerca de ese “salto”. Y destaco que soy una agradecida a los concursos porque dudo mucho de que antes de su instauración, es decir cuando regía el “sistema” de los nombramientos “a dedo”, una mujer relativamente joven, judía, sin “padrino” y sin familias conectadas con el Poder Judicial hubiera accedido a ser jueza de cámara. Más allá de mi experiencia personal, si la pregunta fuera si se puede mejorar el sistema de concursos, claro que sí y mucho. Los concursos para jueces aseguran que nadie que dio un mal examen ni que tiene muy pocos antecedentes pueda acceder al cargo, pero estas “virtudes” dejan sabor a muy poco con el dispendio que implica cada concurso. He pensado que hay por lo menos tres aspectos en el desarrollo de los concursos que no requieren de grandes transformaciones para que puedan mejorarse, pero profundizar sobre eso ya excedería en mucho la respuesta a esta pregunta.

Destaco que soy una agradecida a los concursos porque dudo mucho de que antes de su instauración, es decir cuando regía el “sistema” de los nombramientos “a dedo”, una mujer relativamente joven, judía, sin “padrino” y sin familias conectadas con el Poder Judicial hubiera accedido a ser jueza de cámara.

Contanos sobre tu experiencia cuando fuiste a estudiar a Alemania

¿Cómo resumir esa experiencia? Una de las mejores de mi vida. Te cuento por lo menos una parte. En mi caso, cuando se me hizo evidente la estrecha relación que había entre el derecho penal argentino y el alemán, comenzó a nacer la idea de realizar una maestría allí. En la cátedra en la que yo me desempeñaba en ese momento no existía esa vinculación con profesores alemanes así que el acercamiento mío fue en solitario. Me postulé para una beca en la Fundación Konrad Adenauer, fui seleccionada como becaria para la realización de una maestría para juristas extranjeros: debía tenerse la aceptación de alguna universidad alemana y un proyecto de lo que sería la tesis de maestría; así que previamente había enviado postulaciones a distintas universidades y fui seleccionada en primer lugar por la de Würzburg, una de las ciudades más bellas de Alemania con una excelente casa de estudios.

En todo ese proyecto el acompañamiento de mi marido fue fundamental: cuando yo obtuve la beca, él se postuló y consiguió realizar dos pasantías de trabajo en Alemania. Fue una experiencia sumamente estimulante, allí todo lo que tiene que ver con lo académico resulta muy accesible. Para ilustrarlo, recuerdo -esto es pre tecnológico- que un día pude viajar de modo muy económico a otra ciudad con el solo fin de conseguir en la biblioteca de una determinada universidad un número específico de edición del tratado de un doctrinario que yo necesitaba para mi tesis. Sumado, a lo que significa la posibilidad de poder acudir y consultar permanentemente a los profesores porque en su gran mayoría tienen, como es debido, dedicación full time.

También se trató de una experiencia muy positiva y un aporte valiosísimo para mi tarea docente porque pude observar -allí como estudiante- a profesores de la talla, por ejemplo, del Dr. Pawlik impartiendo la misma asignatura que yo ya enseñaba en Buenos Aires. Todo esto que cuento es la parte “linda”, la más ardua fue la de escribir un trabajo de maestría en alemán y la exigencia de los numerosos exámenes. Cuando asistí a la primera clase pensé que nunca lo lograría. Siempre lo tomo como un punto de referencia cuando creo que no puedo vencer algún obstáculo. 

¿A la hora de tomar una decisión en un caso que es lo que te guía? 

De modo permanente recuerdo algo que le oí decir a Daniel Pastor -quien fue por mucho tiempo mi titular de cátedra y un profesor de una lucidez indiscutible-. Se trata de una fórmula clásica: “nec spe nec metu” que quiere decir sin esperanza y sin miedo. Es decir, al tomar una decisión como jueza, siempre tengo en cuenta que para cumplir con mi deber tengo que actuar precisamente así: sin esperar premios (ascensos, promociones) y sin tener miedo a hacer lo que considero que es correcto por temor a ser sancionada o enjuiciada como magistrada o por la reacción que pueda tener la sociedad o parte de ella ante una determinada sentencia. Esa frase guía cada una de mis decisiones porque constantemente estamos siendo sometidos a prueba en esto de no ceder a la tentación de decidir algo que sea políticamente correcto, que agrade más pero que no se corresponda con la ley (y más en estos tiempos). 

Al tomar una decisión como jueza, siempre tengo en cuenta que para cumplir con mi deber tengo que actuar precisamente así: sin esperar premios (ascensos, promociones) y sin tener miedo a hacer lo que considero que es correcto por temor a ser sancionada o enjuiciada como magistrada o por la reacción que pueda tener la sociedad o parte de ella ante una determinada sentencia.

¿Cómo fue tu experiencia al ser disertante en las Naciones Unidas? 

Esa es una de las mejores experiencias que me tocó vivir y por otro lado la más lejana a lo que es el trabajo en el Poder Judicial. En 2018 fui convocada en mi carácter de magistrada argentina para exponer sobre el delito de tortura en nuestro país. Fue durante la 73ª. Sesión de la Asamblea General de la ONU en Nueva York. En ese marco se realizaba el Primer Encuentro Ministerial de la Alianza para un Comercio Libre de Instrumentos de Tortura y Pena de Muerte porque, aunque no pueda creerse todavía está permitido el comercio de estos instrumentos utilizados inequívocamente para la tortura y desde hace tiempo que existe una iniciativa muy importante para eliminarlo. En mi presentación me referí tanto a los tiempos de dictadura como al período democrático sobre todo en lo que respecta a los apremios en unidades carcelarias.

La verdad que aun hoy me cuesta creer haber vivido la experiencia de disertar en las Naciones Unidas, contribuir a esta noble causa y haber tenido tan lindas repercusiones de organizaciones tales como Amnesty International.

La experiencia fue sumamente enriquecedora pero a la vez puedo decir que siguiendo de cerca lo que aún ocurre en relación con esa temática, resulta preocupante que todavía sea tan difícil erradicar ese tipo de comercialización y, por desgracia, estamos asistiendo a un momento en el que en muchos países se ha perdido el consenso condenatorio hacia la tortura por considerarla un modo “eficaz de combatir” delitos como el terrorismo y el crimen organizado. Es claro que su erradicación debe constituir un arquetipo irrenunciable de nuestra cultura y la alianza por la que fui convocada realiza esfuerzos denodados para ello. 

En cuanto a los juicios orales ¿cuál fue la causa más “extraña” que te tocó atravesar y por qué?  

Creo que como jueza el caso que más me impactó fue aquél en el que se determinó que la imputada padecía síndrome de Münchhaussen y ella era la que había causado los graves problemas de salud que casi llevaron a la muerte a su hijo. Tuvimos que estudiar muchísimo sobre la cuestión, mantuve largas conversaciones con profesoras de  universidades estadounidenses y he consultado jurisprudencia hasta de Nueva Zelandia (que son países que ya tienen una gran experiencia con la temática).

En la Argentina la nuestra fue la primera causa sobre síndrome de Münchhaussen (un caso que nos obligó a pensar muy profundamente en cada uno de los estratos de la teoría del delito). Ya habían muerto dos hijos de la imputada algunos años atrás pero eran hechos -no resueltos- que no nos correspondía juzgar a nosotros por una cuestión de competencia. En nuestra causa, sí quedó acreditada la autoría de la imputada en el caso concreto y la existencia del síndrome; la condena fue por homicidio tentado pero bajo circunstancias extraordinarias de atenuación. La causa llegó a la Corte y la sentencia quedó firme. 

¿Y qué opinión tenés en cuanto a la relación de los jueces penales con el sistema carcelario? 

Creo que ningún juez debería aplicar una pena sin haber concurrido a las unidades penitenciarias. Como te comenté mi primera experiencia en este aspecto fue en el CUD y luego he realizado visitas a distintas cárceles. Es innegable que las condiciones específicas de encierro forman parte de la pena y eso también debe tenerse en cuenta al momento de mensurarla. No podemos dejar de considerar que cuando se condena a una persona a prisión no es lo mismo que deba cumplir la pena en Honduras, Argentina o  Finlandia.

Te cuento también que algunos jueces y juezas interesados en la realidad carcelaria y en la importancia de la educación y la formación para salir de los círculos de exclusión, marginalidad y violencia, hemos conformado un grupo que ha emprendido varias acciones en ese sentido. Se trata de “allanando caminos”, un grupo en el que por ese interés común -aunque sus integrantes seamos todos muy distintos-, logramos una verdadera amistad. La pandemia frenó un poco nuestra tarea pero sé que volveremos a ponernos en acción.