Vidas marcadas: el daño irreparable de las falsas denuncias 

Fueron acusados sin pruebas por abuso sexual. Atravesaron largos procesos judiciales y en algunos casos hasta estuvieron a punto de suicidarse. Son relatos atravesados por el dolor que reclaman por una justicia más humana. 

La vida puede cambiar de un momento a otro. De la manera menos pensada. Por un episodio violento en la calle, un accidente inesperado, una enfermedad fulminante. Pero también por una mentira devastadora, esa que se camufla de verdad y cambia para siempre el destino de una vida, de una familia. Así pasó con Pablo Ghisoni, el médico obstetra que un día se vio señalado por su propio hijo Tomás como autor de un delito aberrante como el abuso sexual.

La acusación lo llevó a estar detenido y a una prisión domiciliaria tan injusta como dolorosa que duró más de tres años, y bajo la sombra del peor estigma social: ser considerado abusador de sus propios hijos.

La historia, sin embargo, tenía otra cara. Años después, su hijo reconoció públicamente que había mentido, que sus palabras habían sido el resultado de la manipulación ejercida por su madre en el marco de un conflicto judicial por la custodia. Esa confesión, grabada en un video que rápidamente se hizo viral, dejó al descubierto la magnitud del daño que una falsa denuncia puede producir. 

El caso Ghisoni recorrió el mundo. “Yo fui preso sin juicio. Estuve dos años y tres meses detenido, seis meses con domiciliaria sin una condena”, contó el médico cuando el caso se hizo público. Sus palabras reflejan la paradoja de un sistema judicial que, frente a denuncias de esta gravedad, muchas veces actúa de manera preventiva con medidas que resultan irreversibles, aun cuando más tarde la verdad se imponga. 

Ghisoni había denunciado que su ex esposa, Andrea Vázquez, le impedía ver a sus hijos. Tras varias idas y vueltas judiciales, el conflicto escaló hasta que fue denunciado por abuso sexual. Desde ese momento, el médico perdió el contacto con sus hijos. Ellos crecieron bajo la sombra de la sospecha, hasta que el mayor, Tomás, reconoció públicamente que había mentido y que había sido manipulado. “La historia con el tiempo se transformó en una verdad emocional, sin sustento real”, dijo el joven, admitiendo la carga que arrastró durante más de una década.

Hoy, el médico busca reconstruirse. Habla de un camino de recuperación, de la necesidad de recomponer la confianza con sus hijos y de dejar atrás la marca del dolor. “Cuando mis hijos me busquen, yo voy a estar”, dijo en una audiencia en Casación.

El calvario de Pablo Ghisoni es apenas un ejemplo. No es el único que atravesó una denuncia falsa que lo dejó marcado para siempre. No es solo Pablo. Es Alejandro. Es Santiago. Es Hernán. Son muchos más. 

“Dejé de vivir para empezar a sobrevivir”

“Me levanté un día con una denuncia encima y de repente todo se cayó. De un día para el otro pasé de ser papá a no ser nada”. Con esas palabras, Alejandro Quinteros resume el momento en que su vida cambió para siempre. Este arquitecto puntano de 49 años, quien intervino en la construcción del Cabildo de la Punta, es padre de dos varones y, pese a que fue sobreseído por la Justicia en 2023, todavía vive un calvario por una falsa denuncia. 

“Dejé de vivir para empezar a sobrevivir”, confiesa a Quorum, casi 11 años después de aquel golpe que todavía le marca la voz.  Todo comenzó en abril de 2014, cuando se separó de su esposa. “En fines de julio, agosto, comienza todo el calvario de la denuncia”, recuerda. Su hijo menor, de apenas siete años, empezó a ver a un psicólogo. Fue ese profesional quien lo llamó un día, preocupado, para hablarle: “Mirá, no es para alarmarte, pero el nene y me dice, de una manera muy extraña, que mi papá abusa de mí. Son términos que nunca había usado, pero lo extraño es que no tiene rasgos de ser un chico abusado”. El psicólogo advirtió señales de “principios de alienación parental” y quiso reunir a la familia para aclarar la situación. Pero antes de que ese encuentro ocurriera, la madre decidió cortar los contactos y finalmente presentó la denuncia penal. “Yo casi me muero. Nunca pensé que iba a ser semejante atrocidad”, reconoce Quinteros.

A partir de ese momento su vida se detuvo. Las visitas pactadas se volvieron imposibles, los chicos dejaron de verlo, y una orden de restricción hizo el resto. “Mi vida había cambiado, pero totalmente. Yo nací para ser padre y me dio por donde más me dolía”, reconoce a esta revista. Aquel hombre que llevaba y traía a sus hijos a todas las actividades, que hacía los deberes con ellos, pasó a estar solo. “Entré en una depresión atroz. Tuve intenciones de matarme. Yo no quería ni salir a la calle”, admite. Durante tres años estuvo bajo tratamiento psicológico y psiquiátrico: “En un momento decidí dejar la medicación porque necesitaba sentir el dolor carnal para sentirme cerca de ellos”.

Mientras tanto, el expediente avanzaba a paso lento. “Tuve que esperar nueve años para que el caso se resolviera en un juicio que duró dos días. Me cagaron la vida”, dice con bronca. En el medio se extraviaron pruebas como el CD de la Cámara Gesell y se repitieron evaluaciones al niño hasta encontrar un resultado que respaldara la acusación. “Si un psicólogo decía que no había indicios de abuso, ponían otro”, asegura. En un momento, la fiscalía y su defensora oficial le ofrecieron someterlo a un juicio abreviado con una condena excarcelable: “Querían que me declare culpable de algo que no hice. Fue una burla total”. Quinteros, lógicamente, lo rechazó. Con un nuevo abogado, llegó finalmente el juicio oral. En dos días, y por unanimidad, fue sobreseído.

Sin embargo, la absolución no puso fin al sufrimiento. “Me robaron mi paternidad, mi historia, mi vida. Lo peor fue lo que les hicieron a ellos”, dice, en referencia a sus hijos. Hoy, el mayor ya es adulto. “Tuve que presentarme y decirle: ‘Yo soy tu papá’. Eso es terrible”, recuerda sobre ese reencuentro en el que el joven lo recibió con un abrazo tímido y le pidió tiempo para asimilar la verdad. Con el más chico, los intentos de revinculación no prosperaron. “Lo fui a ver varias veces a la cancha, porque juega al fútbol. Temblaba, temblaba. Le pregunto: ‘¿Estás nervioso?’. ‘Sí, estoy re nervioso’, me dice. ‘¿Querés que me vaya?’ ‘Sí, porque ya me vienen a buscar’. Y me fui”, cuenta, con la voz entrecortada.

Quinteros está convencido que una denuncia falsa debe tener consecuencias. “Estoy totalmente de acuerdo con agravar las penas por la falsa denuncia. Para la justicia es lo mismo robar una cubierta que arruinarle la vida a una persona. Y no a mí solamente, sino también a los chicos, porque a ellos los dejó sin padre”, dispara.

En paralelo, reconoce que lo sostiene la esperanza: “Así como siempre tuve la esperanza de que mi juicio iba a llegar, siento que en algún momento los voy a ver. Estoy seguro de que vamos a sanar todo, porque el amor que nos teníamos y que lo seguimos teniendo va a ayudar mucho”. 

“No se termina nunca”

Herman Krause es el papá de Paco y Mateus, dos nenes de siete y nueve años que nacieron en Argentina, pero fueron llevados ilegalmente a Brasil -el país de origen de su ex mujer-, en septiembre de 2023. Su historia empieza como la de muchos otros: una separación conflictiva y denuncias cruzadas con los niños en el medio. 

“Primero me denunció por violencia de género, después por abuso sexual. Ninguna prosperó. Y cuando vio que la causa se archivaba, se los llevó del país. Me secuestró a los chicos”, cuenta a Quorum.

Krause, de 52 años, trabaja en la AFIP y vive en La Plata. “De todas las denuncias falsas, que te acusen de abusar de tus hijos, es lo peor que te puede pasar en la vida”, dice. La causa penal en su contra se archivó en octubre de 2024, en primera y segunda instancia, por falta de pruebas. “A los cinco días, me los sacó. Se fue con ellos y con su madre por Foz de Iguazú, sin autorización, cruzando la frontera ilegalmente. Mis hijos no pasaron por Migraciones. Están ilegales en Brasil”, agregó.

La Justicia brasileña, tras una larga gestión entre las cancillerías y el amparo del Convenio de La Haya, le concedió un régimen de visitas supervisadas en San Pablo. “Estuve un mes allá. Después de dos años, los pude ver. Pero me encontré con dos chicos totalmente destrozados psíquicamente, totalmente alienados. No querían saber nada de mí”, señala. Durante esas visitas, un asistente social y una perito psicóloga acompañaron los encuentros. “Los informes fueron favorables, todos. Se demostró que conmigo estaban bien, que había un vínculo, pero cada semana los volvían a trabajar para que me rechazaran”, sostuvo.

Krause habla pausado, pero sin perder la claridad. “Fue una felicidad enorme cuando me archivaron la causa, pero a los cinco días me los secuestraron. Es como que el castigo no se termina nunca”, reflexiona. 

Su ex pareja, Juliana Magalhães de Lima, enfrenta ahora un proceso judicial en Brasil, donde el juez federal Marco Aurelio De Mello Castrianni deberá decidir si los niños regresan a la Argentina. “Judicialmente, estamos bien, venimos avanzando. Pero lo que más me preocupa es cómo están mis hijos”, reconoce. 

Durante meses, Krause se convirtió en un detective privado para poder ubicar a sus hijos porque -según confiesa- Interpol no hacía nada. Buscó pistas en redes, pero recién obtuvo un indicio cuando su hijo se contactó con un ex compañero de escuela en un juego online. “La mamá me contó que habían jugado juntos a Roblox. En esa charla, mi hijo mencionó el nombre de la escuela. Así los encontré. Interpol no hizo nada. Si no te movés, te tenés que olvidar de tus hijos”, dice. 

El caso, hoy bajo el paraguas del Convenio de La Haya, podría resolverse en las próximas semanas. Krause espera una decisión que ordene el regreso inmediato de los niños a su país de origen. “Si la justicia de Brasil determina que tienen que volver, ella tendrá que enfrentar una causa por secuestro allá”, explica.

Mientras tanto, intenta mantener las videollamadas dispuestas por el tribunal, pero reconoce que “son malas”. “Los chicos no quieren hablar, hacen escándalos. Están quemados mentalmente. Es muy difícil recomponer el vínculo cuando toda la semana los trabajan para que te rechacen”, afirma.

Aun así, no pierde la fe: “Gracias a Dios, allá en Brasil existe la ley de alienación parental y está demostrado que los chicos están alienados. Eso nos da esperanza”.

Krause dice que se identifica con otras víctimas de denuncias falsas, pero que su historia “las trascendió”. “A mí me secuestraron a mis hijos. Es más grave todavía. Una denuncia falsa te destruye la vida instantáneamente: te separan de tus hijos, perdés el trabajo, podés ir preso, o hay gente que no aguanta y se suicida. Es un espanto que siga así, sin solución”.

“Yo no gané; yo perdí”

El 1 de octubre, Néstor Adrián Santiago, un empleado gastronómico platense, cumplió 50 años y compartió una foto en su cuenta de Instagram. Se lo ve solo frente a la torta. “Hoy es mi cumpleaños, ¿pero saben por qué en la foto estoy solo? Porque un juzgado me niega a mi hija, me niega a subir fotos con ella, me niega a hablar de ella, un bozal absurdo que borra recuerdos felices por varias denuncias falsas. Lo bueno de este año es el sobreseimiento inapelable, pero de todas formas me siguen armando causas. Mis tres deseos los voy a compartir con ustedes: abrazar a mi hija, justicia y basta de falsas de denuncias”, posteó.     

Santiago perdió el contacto con su hija por una denuncia que recibió en el año 2019. “El detonante con mi ex pareja es cuando entablo una relación con otra chica, a un año de separarnos”, cuenta sobre el kilómetro cero de su calvario. La separación no sólo marcó el fin de la relación, sino que lo convirtió en víctima de una falsa acusación de abuso contra su hijastra. “A los días entró la denuncia de abuso sexual. Primero intentaron denunciar a mi hija, pero descubrieron que a mi hija no le había pasado nada. Y después armaron una causa penal con otra supuesta víctima”, explica.

La denuncia se realizó en 2019, mientras Santiago tenía prohibido el contacto con su hija menor por decisión del Juzgado de Familia N° 5. Desde ese momento, su vida cambió radicalmente. “Tres años y medio. Nunca tuve relación con mi hija. Nunca. De hecho, no puedo hablar ni decir el nombre de mi hija. La jueza me puso un bozal”, reconoce, reflejando el dolor de la separación forzada. La alienación parental, asegura, fue el eje de esta situación: “La mamá de mi hija la manipula en contra mía. Sí, existe la alienación parental”.

Durante la investigación, su abogado presentó pruebas que demostraban el armado de la acusación: mensajes intimidatorios desde cuentas falsas en redes sociales, pericias psicológicas de la adolescente y de la denunciante, y documentos que revelaban inconsistencias. “Me escribe por Messenger el abogado este y me dice que él no es el abogado del diablo, es el diablo”, recuerda Santiago en una entrevista con LN+ sobre los inicios de la maniobra que lo involucró. Las pericias psicológicas resultaron determinantes: “Los informes concluyen que las menores fueron inducidas por su madre para declarar en contra del padre. La denunciante presenta indicadores graves, estructura psicótica, pérdida de contacto con la realidad, delirios y episodios alucinatorios”.

En junio de 2023, la Fiscalía a cargo de Juan Menucci concluyó que no había sustento probatorio suficiente y solicitó el archivo de la causa. El juez Juan Pablo Masi resolvió el sobreseimiento total y definitivo del acusado, poniendo fin a varios años de angustia. “Fueron años de dolor, ausencias y afecciones propias de vivir bajo una falsa acusación. Perdí tiempo irrecuperable con mi hija”, confiesa Santiago, quien aún hoy siente el vacío de esos años: “Hoy no sé nada de ella. Un amigo me dijo que gané, pero en realidad yo perdí. Soy un ser incompleto, me hace falta el abrazo de mi hija”.

El impacto en su vida personal y social fue profundo. “No salí más yo. Yo tenía una vida social muy amplia. No salí nunca más. Me cerré. No fui más a la cancha”, cuenta.

A pesar del sobreseimiento, la revinculación con su hija menor sigue siendo una materia pendiente. “Yo quiero ver a mi hija. Pero si ella no me da la revinculación, voy a tener que accionar con la obstrucción de un vínculo en lo penal”, reconoce, con la esperanza de reconstruir el vínculo perdido. Al igual que Ghisoni y Quinteros, Santiago está a favor de la nueva ley: “Sí, yo con él (por Pablo Ghisoni) estuve en el Senado y cuando salimos hablé unas palabras porque nosotros estamos peleando para que se apruebe la ley de falsas denuncias”.

“Nos fuimos del país”

Andrea Guacci, impulsora de la organización “Basta de Falsas Denuncias”, cuenta cómo una acusación sin pruebas contra su esposo, el entrenador de fútbol femenino Diego Guacci, los obligó a emigrar y a comenzar una lucha que hoy se extiende por todo el país.

“Cuando empezó la investigación y nos enteramos, estaba embarazada pero lo perdí. Después vino la absolución y el escrache por no estar de acuerdo. Treinta días después no apelaron y quedó firme. Nosotros nos fuimos del país porque Diego se quedó sin ninguno de sus trabajos. Era nuestro único ingreso. Y nos fuimos por los motivos equivocados, no por elección, sino por supervivencia”.

En mayo de 2021, su marido, Diego Guacci -ex entrenador de las selecciones Sub 15 y Sub 17 de fútbol femenino- fue denunciado anónimamente por cinco jugadoras por presuntas “conductas inapropiadas”. La FIFA investigó el caso y lo absolvió en mayo de 2022. Luego, la Justicia Civil también dictó su inocencia. Pero para entonces, dice Andrea, “el daño ya estaba hecho”.

Andrea Guacci.

“El escrache fue en la puerta de la AFA. A Diego lo habían absuelto, pero había colectivos que no estaban de acuerdo con el fallo y lo quisieron cancelar igual. Fue la contradicción absoluta. Yo siempre digo que agradezco a las jugadoras, colegas y amigos que no permitieron que se armara el escrache, pero el señalamiento ya estaba hecho”, cuenta Andrea. 

Guacci recuerda que su marido dedicó casi dos décadas al fútbol femenino. “Tuvo la opción de trabajar en River con el fútbol masculino y lo rechazó. Dijo: ‘No, esto no es para mí, me vuelvo al fútbol femenino’. Nadie haría eso. Pero él lo hizo, por convicción, porque creía en el desarrollo de las mujeres en el deporte”.

La denuncia se presentó de forma anónima ante el sindicato Futbolistas Agremiados. “Pretendían que las denuncias fueran anónimas. Pero la FIFA investigó y quedó todo demostrado: las testigos, más de cien mujeres, contaron cómo y para qué habían armado todo. Lo que destruye no es sólo la mentira, es la impunidad. Una denuncia falsa te desaparece como persona, como profesional”.

La familia Guacci dejó la Argentina y se instaló en Italia. “Fue una decisión económica y emocional. Nos quedamos sin país, pero no sin voz. Y ahí entendí que esto no nos pasaba sólo a nosotros”, señala. 

Poco después, Andrea fue contactada por el ex diputado Eduardo Cáceres, quien la invitó a sumarse a una campaña de visibilización. “Yo no sabía lo que eran las falsas denuncias como fenómeno social. Empecé a recibir mensajes, llamados, historias iguales. Descubrí que había miles de personas viviendo lo mismo, en silencio. Nadie hablaba de eso”, relata.

Así nació la organización “Basta de Falsas Denuncias” en septiembre de 2022, con una primera concentración en Parque Lezama: “Éramos 200 mujeres que fuimos al Ministerio de la Mujer para decir: nosotras también somos víctimas, pero de la mentira. No nos recibieron. Nos tuvieron dos horas esperando afuera.”

Desde entonces, el movimiento creció. “En la última jornada, el 9 de septiembre, hubo marchas en 18 provincias y 25 ciudades. Fue impactante ver a tantos que se animaron a contar su historia. Hay mucho dolor detrás de esta causa, y recién ahora la gente empieza a tomar dimensión”, cuenta con esperanza.

Andrea se muestra convencida de que las denuncias falsas deben tener una figura penal específica. “La idea del proyecto que impulsamos con Carolina Losada es que sea un delito no excarcelable. Porque hay una conciencia de hacer daño. Las falsas denuncias de género se usan para desaparecerte, para quitarte del medio como padre, como profesional. Y eso tiene que tener consecuencias”, sostiene. 

Guacci aclara que “nadie quiere que se desproteja a las verdaderas víctimas”. “Todo lo contrario. Las falsas denuncias también perjudican a las verdaderas víctimas de violencia, porque saturan el sistema judicial y restan credibilidad. La justicia tiene que volver a investigar con humanidad. Eso es lo que se perdió”.

Hoy, Diego Guacci sigue sin recuperar su lugar en el fútbol argentino. Ni la FIFA ni la AFA lo reincorporaron: “No pedimos disculpas. No las queremos. Lo único que queremos es justicia y reparación. Él fue investigado y absuelto, pero su nombre sigue manchado. ¿Cómo limpiás tu imagen cuando lo primero que aparece en Google son titulares aberrantes? ¿Cómo recuperás el honor?”. 

¿Se puede sanar? “No se puede -responde-. Lo único que queda es sanar desde la justicia. Y seguir alzando la voz”

Noticias relacionadas

Suscribite a nuestro newsletter

Para estar actualizado de las últimas noticias, informes especiales y recibir las ediciones digitales antes que nadie!

Últimas noticias