Impulsada por la convicción de que “no se puede confiar en lo que no se conoce”, la ex jueza Virginia Simari forjó un puente entre el Derecho y la juventud. Con “La Justicia y la Escuela”, abrió las puertas del conocimiento para que las nuevas generaciones descubran, en el aula, el verdadero rostro de la Justicia.
Mientras ejercía como jueza civil, cargo que ocupó durante 17 años, Virginia Simari notó una brecha fundamental entre el funcionamiento del sistema judicial y la percepción que la sociedad tenía del mismo. Observó que aquellos ciudadanos que habían tenido contacto directo con el sistema -habían litigado, por ejemplo- solían depositar mayor confianza en la Justicia que aquellos que la conocían sólo por los medios o por experiencias. Esta realidad la convenció de que la transparencia y el acceso a la información eran esenciales para derribar los muros del desconocimiento que alimentaban la desconfianza.
Para Simari, “no se puede confiar en lo que no se conoce”. Con este pensamiento en mente, diseñó en el marco de la Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia Nacional (AMFJN) el programa “La Justicia va a la Escuela”, que se convirtió en un puente entre el trabajo diario de los tribunales y la vida de la ciudadanía.
La idea era simple pero revolucionaria: mostrar de forma clara y empírica cómo se recogen las pruebas, se analizan los hechos y se fundamentan las decisiones judiciales. Al hacerlo, se desmitificaba la imagen del juez y se revelaba la complejidad y el rigor de un proceso que, en apariencia, puede parecer oscuro y distante.
El programa se basa en la premisa de que el conocimiento empodera y, a la vez, fomenta una ciudadanía crítica. Desde sus inicios, la iniciativa se estructuró en módulos adaptados a diversas franjas etarias. Aunque originalmente se concibió para trabajar con niños en edad preescolar, pronto se adaptó para adolescentes y, en ciertos casos, incluso para la sociedad civil. La elección de trabajar intensamente con jóvenes de 16 años fue estratégica: en esa etapa, los estudiantes están a punto de asumir la vida adulta y pueden incorporar de manera significativa los principios y el rigor que exige el pensamiento crítico.

El diseño metodológico del programa se llevó a cabo en colaboración con pedagogos y sociólogos. El objetivo no era imponer conocimientos teóricos, sino dotar a los jóvenes de herramientas para analizar situaciones complejas, fundamentar sus decisiones y comprender que en el ejercicio del derecho no existen respuestas simples. En lugar de transmitir un derecho “en blanco y negro”, la iniciativa invita a los alumnos a reflexionar, a tomar su tiempo para analizar y a evitar prejuzgar los casos, reconociendo la dificultad inherente a la tarea de resolver conflictos.
Uno de los momentos cumbre del programa es el simulacro de juicio oral, realizado en la sala de los Derechos Humanos de la Corte. Durante esta actividad, los alumnos asumen roles de jueces, fiscales, defensores y testigos. En un ambiente controlado, deben enfrentar casos diseñados para poner a prueba su capacidad de análisis y argumentación. La dinámica se estructura en tres módulos: el primero se enfoca en la comprensión del proceso judicial, el segundo en el concepto de “valor justicia” desde una perspectiva no meramente jurídica, y el tercero culmina con el simulacro del juicio oral.
Durante estas sesiones, los estudiantes participan activamente y se observa cómo evolucionan sus respuestas. Al principio, muchos emiten conclusiones apresuradas; sin embargo, cuando se les invita a fundamentar sus decisiones, la reflexión se profundiza y cambian sus opiniones. Este cambio es revelador: demuestra que el método empleado es efectivo para desarrollar un pensamiento crítico y evitar respuestas simplistas. Así, los jóvenes aprenden a valorar la complejidad del actuar judicial, comprendiendo que la labor de un juez no consiste en emitir veredictos inmediatos, sino en analizar meticulosamente las pruebas antes de tomar una decisión.
La respuesta de los jóvenes ha sido uno de los motores que ha impulsado la continuidad y expansión de la iniciativa. En cada uno de los módulos, la atención y el compromiso de los alumnos resultan extraordinarios. Según relatan los coordinadores, “no existe otro momento en el año escolar en el que los estudiantes demuestren tanto interés y capacidad de participación”. Esta energía se refleja también en el entusiasmo de directivos y docentes, quienes reconocen que la experiencia vivida en el programa es única y enriquecedora.
El programa se ofrece de manera abierta a todos los colegios, sin importar si son públicos, privados, laicos o religiosos, y abarca tanto la ciudad de Buenos Aires como el interior y el Gran Buenos Aires. La apertura y la inclusividad de la iniciativa han permitido que una amplia diversidad de estudiantes participe, lo que a su vez favorece la construcción de una ciudadanía más informada y plural.
Para Virginia Simari, la transparencia es clave para fortalecer la confianza en las instituciones. En un contexto donde los medios a menudo distorsionan la imagen del Poder Judicial, este programa se erige como una herramienta para mostrar la realidad de la labor judicial. Al explicar cómo se recogen las pruebas, se evalúan los hechos y se fundamentan las decisiones, se da a conocer un proceso riguroso que muchas veces pasa desapercibido para la sociedad.
Esta exposición directa ayuda a disipar estereotipos y mitos. Los ciudadanos pueden comprender que, aunque los juicios puedan parecer interminables y a veces no resulten en lo que esperaban, existe un proceso meticuloso y fundamentado detrás de cada decisión. De esta forma, la desconfianza se transforma en una crítica constructiva, basada en la experiencia empírica y no en percepciones erróneas.
El impacto del programa va más allá de la formación de futuros operadores jurídicos. Se trata de construir una sociedad en la que la crítica fundamentada y el análisis riguroso sean parte natural de la experiencia ciudadana. Al comprender la complejidad del proceso judicial, los jóvenes aprenden a no apresurarse a emitir juicios y a valorar la necesidad de argumentar de manera sólida antes de tomar una decisión.
Este enfoque no sólo fomenta el desarrollo de un pensamiento analítico, sino que también prepara a los futuros ciudadanos para enfrentar de manera constructiva los desafíos que presenta la judicialización de los conflictos. La iniciativa, al fortalecer el pensamiento crítico, se convierte en un pilar para una sociedad más justa, participativa y comprometida con el fortalecimiento de las instituciones.
Lo que comenzó como una inquietud personal de Virginia Simari durante su etapa como jueza se ha transformado en un legado que continúa marcando la diferencia. El programa ha demostrado que la transparencia y la educación pueden cambiar la percepción de la justicia y, al hacerlo, fortalecer la confianza en el Poder Judicial.
El impacto de esta iniciativa ha sido reconocido no sólo por la alta participación de los jóvenes, sino también por el respaldo de directivos, docentes y profesionales del Derecho. En un momento en que la sociedad exige mayor transparencia y responsabilidad, el programa de Simari se erige como un ejemplo de cómo el conocimiento y la educación pueden transformar la relación entre la ciudadanía y las instituciones.
La visión de Simari busca construir una justicia más humana, transparente y cercana a la ciudadanía. Al ofrecer a los jóvenes herramientas para desarrollar un pensamiento crítico y fundamentado, el programa no sólo desmitifica la figura del juez, sino que también contribuye a la construcción de una república más sólida y participativa.
Hoy, la iniciativa sigue creciendo y consolidándose como un faro de conocimiento y transformación. La labor de su directora y de quienes han sumado esfuerzos para implementar este programa demuestra que, a través del conocimiento, se puede construir una sociedad más informada, crítica y, en última instancia, justa. La transparencia en el actuar judicial se convierte así en el camino para derribar los muros de la desconfianza y para fortalecer el tejido democrático de la Nación.
