Chiara Páez, el caso que le dio vida al Ni Una Menos: “El daño que produce un femicidio no lo ve la Justicia”

Chiara tenía 14 años cuando fue asesinada por su novio en la ciudad de Rufino. Su muerte se convirtió en símbolo de una generación y marcó el inicio del movimiento “Ni Una Menos”. Una década después, su padre repasa el camino recorrido, la politización de la causa, las deudas del Estado y el dolor que nunca se apaga.

“Lo de Chiara fue la gota que rebalsó el vaso”, confiesa Fabio Páez con voz firme, sin rodeos. La imagen de su hija de 14 años asesinada por su novio en la localidad santafesina de Rufino el 10 de mayo de 2015, dio la vuelta al mundo. La mataron por negarse a abortar. Fue el caso que desató una marcha histórica: la del Ni una menos. Pero lo que empezó como un clamor social, pronto se convirtió en un terreno minado.

Fabio no elige ser vocero de nada. Pero desde hace diez años habla. Y lo hace sin concesiones. “Fue todo muy espontáneo. La gente salió a la calle. Se hablaba en ese momento de más de 85 ciudades. Y tuvo una repercusión mundial. Tengo fotos de Chiara en medios de Turquía, Bélgica, España, México. Fueron como 20 países”, recuerda. Y afirma: “Fue el hartazgo lo que explotó. En los medios de todo el mundo salió el feminicidio de Chiara y de ahí tomó una fuerza más grande”.

Sin embargo, esa fuerza inicial comenzó a desgastarse, según su mirada, cuando el reclamo comenzó a asociarse a partidos, siglas y liderazgos. “Uno de los grandes problemas que tuvo Ni Una Menos es que se metió la política. Por eso no volvimos a participar”, explica. “Fui a marchas en Rosario y me tuve que volver porque te empujan, te corren con banderas políticas. Vos te preguntás: ¿qué hago acá? Esta no es la marcha”, cuenta en una entrevista con Quórum. 

Fabio no oculta su frustración con la utilización de la causa. “Se abrió una grieta muy grande. Y no tiene que ser así, porque lo que uno hace es salir a luchar por las que quedan. Pero se va ensuciando mucho”, lamenta. Rechazó ofertas para trabajar con distintos gobiernos -en Santa Fe, Mendoza, Buenos Aires- porque no quiere que su lucha se confunda. “Nunca quise involucrarme para que no se malinterprete la causa”, dice.

Aunque reconoce los avances, también critica cómo algunos sectores los anulan por puro enfrentamiento ideológico. “La Ley Micaela tiene proyectos excelentes, pero como tiene una parte política partidaria, el otro lado ya no la acepta. Y eso es una lástima”. Fabio realiza capacitaciones sobre esa ley en el municipio de General Alvear. “Hay mucha prevención de la violencia hacia la mujer, pero si vos recorres los municipios, el Estado se olvidó de lo que fue la Ley Micaela”.

Fabio también es crítico de la Justicia. No es para menos. La Corte Suprema de Santa Fe le redujo la pena al asesino. Pasó de 21 años y medio a 15. “Ya lleva 10. Puede llegar a salir en 3 años”, advierte el papá de Chiara, con bronca. “Tenés un femicida que confesó, que enterró a mi hija, que escondió pruebas. Y ahora podría salir. Mientras tanto, mi hija tiene un nicho que no va a salir nunca”, dice.

Pero el daño -explica- va mucho más allá del crimen. “En mi familia fue una bomba que destruyó todo. Mi mamá murió de tristeza al año y medio. Y no es una frase: murió de verdad, se entregó”. “El daño que produce un femicidio no lo ve la Justicia”, repite. Y denuncia la doble victimización que sufren quienes reclaman: “Además de buscar justicia, tenemos que luchar contra la Justicia y contra todos ustedes. Es una lucha muy desigual. Si no estás encima, olvidate que te lo largan”.

El papá de Chiara recuerda que una vez descubrió que el asesino de su hija tenía un Facebook activo desde la cárcel. “Me llamó la secretaria del gobernador de Santa Fe a pedirme disculpas. Pero yo no necesito disculpas. Lo que necesito es que hagan cumplir la ley”.

Uno de los momentos más duros de los últimos años, dice Fabio, fue escuchar a funcionarios y voceros poner en duda la figura del femicidio. “Andá a decirle a las 365 familias que perdieron una hija en el año que el femicidio no existe. Es una locura”, subraya.

“Si fuera al revés, si hubiera 350 hombres asesinados por mujeres al año, sería un desquicio. Por eso es femicidio: porque existe. No quiero decir que la violencia hacia el hombre no exista, pero el 98% de los casos es violencia hacia la mujer”, explica. Para Fabio, borrar la figura del femicidio sería “un retroceso no solo legal, sino como país. Inentendible”.

El padre de Chiara no milita en un partido ni en una organización. Pero viaja, da charlas, escucha y habla con adolescentes. Y eso -reconoce- le devuelve algo de sentido a su vida. “Cuento mi historia, y la charla que iba a durar media hora se convierte en una de tres horas. Los chicos preguntan, se enganchan, se preocupan”, asegura.

“Yo creo que los que tenemos que cambiar la cabeza somos los adultos”, afirma. Fabio reconoce que la mentalidad del ciudadano cambió desde aquel 2015: “Hoy los padres acompañan a sus hijas al boliche, hay más cuidado. Pero desde el Estado y la Justicia venimos muy atrasados”.

Después del crimen, el papá de Chiara se fue de Rufino. “Tenía que sacar a mis hijos del odio. Un día mi hijo me dijo: ‘Cuando salga el novio de Chiara lo voy a matar’. Tenía ocho años. Ese día decidí que teníamos que dejar Rufino”, recuerda. Se mudó a Mendoza, pero no se alejó de su tierra. “Vuelvo siempre. Ahí tengo todo: mis hijos, mis nietos, mis amigos, mi casa”.

Pero también carga con la impotencia. “Me mataron a un hijo. Y si me cruzaba a uno de los que estaba esa noche, no sé qué hubiera hecho. Capaz que estaría preso yo”, admite. El asesino, dice, ya es padre. “Mientras él rehace su vida, yo tengo una hija en un nicho”.

A diez años del crimen, Fabio sigue en pie. “Yo no tengo bandera política, no me interesa. Lo único que pido es que detrás de la bandera de Ni Una Menos no haya partidos. Yo sigo participando desde mi lado”, afirma.

No quiere dinero, ni cargos, ni reconocimiento. Sólo quiere que lo escuchen. Que se entienda que la lucha contra la violencia machista es de todos. Que el femicidio existe. Que la Justicia no puede ser ciega al dolor. Y que nadie, nunca más, tenga que salir a la calle para pedir justicia por otra Chiara.

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