Aunque reconoce que la política puede ser desagradecida, Martín Tetaz no lamenta haberse involucrado. En esta entrevista exclusiva con Quórum, el economista y ahora diputado nacional, despliega su visión pragmática sobre los asuntos que dominan la agenda nacional. Sin embargo, más allá de los debates económicos y políticos a los que no escapa, dirige su mirada hacia un tema que considera fundamental y que, a su parecer, no ha recibido la atención adecuada por parte del actual Gobierno: la educación.
Existe un experimento conocido como “Monkeys reject unequal pay”, en el cual se observa que los monos rechazan el pago desigual. Los monos participan en un juego en un laboratorio, donde se les recompensa con una rodaja de pepino, que no les gusta tanto, o con una uva, que prefieren más. Al principio, la distribución de las recompensas es aleatoria y equitativa, pero luego el investigador comienza a sesgar la distribución, dando más uvas a uno de los monos y más pepino al otro de manera sistemática. El mono que recibe menos uvas comienza a darse cuenta de la injusticia y se frustra al ver que siempre recibe pepino, mientras que el otro recibe siempre uvas. Llega un punto en el que el mono no tolera más esta situación y reacciona con un comportamiento disruptivo, intentando romper la caja que contiene las recompensas. Este comportamiento surge no sólo porque le gusta más el pepino, sino porque percibe una injusticia en la distribución de las recompensas. Este fenómeno no es simplemente una construcción cultural humana, sino que está arraigado en nuestros propios instintos y en nuestra naturaleza como animales sociales. En sociedades donde los individuos no son animales sociales, cada uno se las arregla por su cuenta y el que obtiene las cosas se las apropia sin mayores cuestionamientos. Sin embargo, en especies que viven en sociedad, la justicia es clave porque si no la hay se rompe el vínculo social.
Tu mamá era abogada y vos economista.
Mi vieja era abogada y mi viejo escribano. Me decían “vas a ser abogado” porque siempre me peleaba con los profesores. Tenía como una búsqueda de justicia, era como el justiciero en el colegio. Pero en algún momento sentí que iba a ser “el hijo de” y me iba a costar armar una carrera. Por otro lado, como militante radical, la gestión económica del gobierno de Alfonsín siempre fue motivo de preocupación y reflexión. La historia del país, marcada por la inflación y otros desafíos económicos, se convirtió en una motivación poderosa para adentrarme en el estudio de la economía.
¿Una síntesis tuya sería el libro de Economía para abogados?
Ese libro surge como resultado de un fracaso contundente en mi carrera docente. Desde joven, tenía el sueño de convertirme en profesor, influenciado por mi madre, quien era profesora universitaria. Comencé como ayudante-alumno a los 20 años y continué en ese rol hasta graduarme. Inmediatamente después, me presenté a un concurso de Economía Política en la Facultad de Derecho de La Plata, donde obtuve buenos resultados y fui designado como auxiliar. Mis clases eran bien recibidas en la Facultad de Ciencias Económicas, los alumnos las disfrutaban y las encuestas reflejaban una opinión positiva. Sin embargo, cuando comencé a dar clases a estudiantes de derecho, la situación fue totalmente diferente. Fue un fracaso total: los estudiantes no comprendían mi enfoque, no entendían mi estilo pedagógico, por poco no me tiraron tomates (risas). Ante este revés, tras finalizar el curso, dediqué todo el verano a escribir un libro. Sentía la necesidad de encontrar una forma de comunicar conceptos económicos que fuera accesible y comprensible para los estudiantes de derecho, prescindiendo de fórmulas y gráficos. Así nació “Economía para abogados”, un libro lleno de ejemplos del mundo jurídico, despojado de números y gráficos. Para mi sorpresa, el tono de este libro resultó ser el mismo que luego utilicé al comunicarme en los medios de comunicación. En Argentina, ser abogado es algo muy común. Como solía bromear mi madre, cuando le preguntaban si era abogada, respondía: «Sí, sí, como la mayoría de los argentinos». Esto refleja la realidad de que la mayoría de la población opta por carreras sociales debido a las deficiencias en la formación en matemáticas, mientras que las carreras técnicas o científicas son menos elegidas.
O sea a través de un fracaso conseguiste un éxito…
Absolutamente. Creo que esta es una sociedad que sobrevalora el resultado. La esencia de la meritocracia radica en los resultados, los cuales, en promedio y a largo plazo, son significativos. Es natural que, en un conjunto de entrevistas como estas, algunas no resulten perfectas, pero eso no es un problema. Del mismo modo, es común experimentar fallos en relaciones personales o laborales; el error es una parte inherente de la vida. En ocasiones, uno no alcanza el éxito deseado, pero en un contexto más amplio, la consistencia y la calidad se destacan. En el ámbito académico, por ejemplo, el promedio de calificaciones revela mucho sobre el desempeño de un estudiante, mientras que una sola nota de examen carece de contexto.
¿Valió la pena incursionar en la política habiendo sido un profesional reconocido?
Sí, absolutamente. Hice política cuando era chico, militaba en la Juventud Radical y en la Franja Morada después en la universidad. Siempre me interesó la política porque es la posibilidad de cambiar las cosas, sobre todo cuando están tan mal. Si hubiera nacido en Suecia por ahí no hubiera hecho política. El día que tomé la decisión fue un sábado a la mañana a principios del 2021. En la televisión se especulaba sobre si el próximo presidente iba a ser Máximo Kirchner o Axel Kicillof. En ese momento dije “si no nos metemos todos los que pensamos diferente, les vamos a regalar el país. Me llama la atención por qué no se mete más gente.
¿Es tan fácil meterse?
No, es tremendamente difícil. La política es muy ingrata y además es una lucha. Es como ir a la cancha. Es lindo ver un partido pero no ser árbitro porque te insultan hasta en japonés. Con los jueces no pasa tanto porque la sociedad no los conoce, la Justicia tiene ese bajo perfil a propósito. Salvo en los casos resonantes, en general los jueces siempre hablan por su sentencia.
En Quórum trabajamos para que los jueces entiendan que es importante que la sociedad los conozca porque sus decisiones afectan a todos…
Respeto la posición de ustedes pero creo que no tiene por qué gustarle a la sociedad el trabajo que hace la Justicia. En un partido de fútbol, nadie es hincha del juez, nadie es hincha de un árbitro. Es un lugar ingrato el del árbitro pero alguien tiene que ocupar ese rol.
¿Cómo ves a la casta, te sentís parte de ella?
No. Yo no vengo ni vivo de la política. No pienso quedarme para siempre en el lugar en el que estoy ni mucho menos. Pero claramente hay una clase política que vive en una realidad paralela distinta a la de la mayoría de la sociedad. Eso no cabe ninguna duda. Ahora está muy en discusión de cuánto tiene que ganar un diputado o cuánto gana el Presidente. Tendrían que ganar lo mismo que ganaban en el sector privado. Lo que termina pasando es que el que no podía conseguir un puesto con una remuneración más alta en el sector privado, una vez que lo consigue el sector público no se quiere ir nunca más y eso empieza a generar los comportamientos de casta, de clases que quieren permanecer y que quieren tener beneficios que el resto no tiene. Al mismo tiempo, la discusión de las redes sociales, la mayor visibilidad en los medios, ha reducido mucho esto. Si vas hoy a la Cámara de Diputados te vas a llevar una sorpresa, porque la gran mayoría de la gente no va a conocer probablemente a más de 20 diputados. ¿Eso qué quiere decir? Que la gran mayoría está hace muy poco. Sí, hay un Pichetto pero la gran mayoría de los diputados ni siquiera vienen de la política. El sector público es muy injusto para distintos niveles. La justicia es una casta, cuando no paga impuesto a las ganancias como tiene que pagar el resto de la gente. Y no solamente los jueces, el resto del Poder Judicial también.
Pero los jueces son los únicos que no pueden ejercer la profesión de abogados…
No, eso no tiene nada que ver con que no paguen. El bloqueo de título tiene que ver con la remuneración que vos tenés después.
¿Cómo ves al radicalismo actualmente?
Lo veo creciendo muchísimo. El radicalismo implosionó en el 2001 y de ahí nació el PRO, que usa de base de representación política y de sustentación electoral el mismo público. El radicalismo empezó a reconstruirse de abajo hacia arriba. Todavía no tenemos un caudal de poder suficiente como para poner un Presidente -confío que para la próxima elección lo vamos a poder hacer- pero tenemos cinco gobernadores, más de 500 intendentes, 34 diputados y unos cuantos senadores. El crecimiento del partido es muy fuerte y particularmente en este contexto que estamos viviendo ahora, que es una presidencia más parlamentarista que las anteriores. Por el peso de los bloques y la debilidad parlamentaria de Javier Milei, los 34 diputados del radicalismo son fuertísimos.
¿Qué pensás de que los dos postulados o candidatos a la Corte Suprema sean hombres?
Me da lo mismo. Me gustaría probablemente que hubiera más mujeres, pero no estoy de acuerdo con los cupos. ¿Forzaría yo a que elijan a una mujer porque el resultado no me gusta? La respuesta es no. La tendencia en todo el mundo es a que la mayor desigualdad va creciendo en la medida que vas subiendo en la escala de poder. Eso no me gusta como resultado pero no quiere decir que yo impondría otro. Tengo que estudiar un poco cuáles son las causas de que se produzca esa desigualdad. En segundo lugar, no estoy tan seguro que la agenda de género sea más defendida por mujeres que por hombres.
¿Cómo ves el gobierno de Javier Milei?
Lo veo en dos dimensiones. Tiene una dimensión pragmática, porque finalmente acordó con buena parte de la clase política. Tiene un solo gobernador, lo dijo Andrés Malamud hace poco, que es Osvaldo Jaldo, el más peronista de todos los gobernadores. Al mismo tiempo puso en su gabinete al último candidato a presidente del 2015 del kirchnerismo que es Daniel Scioli. No lo juzgo negativamente, al contrario, soy una persona pragmática, así que lo valoro. Cuando tenés que gobernar tenés que administrar ese poder, construirlo y ampliarlo. Ahora bien, podés ser todo lo pragmático que quieras mientras entre la pelota. El resultado todavía no aparece porque la actividad económica está cayendo, está creciendo el desempleo y la inflación resulta difícil de bajar, con lo que llegó diciendo voy a bajar impuestos y los está subiendo. No hay ningún argentino viviendo mejor hoy que hace tres meses atrás. La segunda dimensión, es que finalmente terminó teniendo una dimensión populista: la de crear un relato “ellos versus nosotros”. Entonces de todo lo que no puedo explicar porque no tengo un resultado, todavía le puedo echar la culpa a alguien. Es culpa de los que no aprobaron la ley o viene el “ah, pero Cristina” o el “ah, pero Alberto”. Son dos dimensiones distintas, no se tocan, están en paralelo. Lo que a mí me preocupa de eso es que cuanto más tarde en entrar la pelotita, más se va a endurecer este discurso populista. Más fuerte se va a poner esta confrontación con el que piensa distinto, con el que está del otro lado, con el que va a ser acusado de tener la culpa de que la inflación no baje.
¿Y qué medida le sugerirías?
La número uno es que tiene que haber un Banco Central absolutamente independiente. No queremos que nunca más un Presidente de la República pueda meterle la mano al Banco Central. Esa es una ley que si llega al Congreso sería probablemente aprobada muy rápido. Mira Brasil. Todos temían por Lula que es de izquierda y ahora hay menos inflación que con Bolsonaro. ¿Mérito de Lula? No, mérito de que hay un banco central independiente. Si fuera así en nuestro país también, anunciaría un plan de estabilización, que es lo que le falta al Gobierno y que es lo que no quiere tener. La premisa básica de la política monetaria es que, en momentos de alta inflación, es necesario aumentar las tasas de interés para contrarrestarla. Sin embargo, la estrategia del gobierno actual es reducir las tasas de interés e incluso llevarlas a terreno negativo. ¿Qué significa esto? Significa que, si se espera una inflación del 9% para el próximo mes, por ejemplo, pero las tasas ofrecidas son del 6,7%, se está pagando menos que la inflación. Esto implica una pérdida de valor del dinero en términos reales, lo que desalienta la retención de la moneda local. El Banco Central expone abiertamente esta política, indicando que reducirá las tasas de interés en un contexto de inflación elevada, lo que sugiere una aceptación de una desaceleración gradual de la inflación. ¿Cuál es el propósito de esta estrategia? Facilitar la consecución más rápida del equilibrio fiscal. Así, la implementación de medidas de ajuste fiscal se vuelve innecesaria, ya que una gran parte del gasto público, como los salarios y las jubilaciones, se devalúa automáticamente debido a la inflación. Este enfoque resulta funcional para alcanzar los objetivos fiscales sin la necesidad de medidas de ajuste más drásticas.
¿Qué opinás del Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU)?
Opino que no había necesidad ni urgencia para muchas de las cosas que tiene el DNU pero sí, por ejemplo, la Ley de Alquileres. Si vos tratabas de rediscutir el tema en el Congreso, se paralizado el mercado inmobiliario. En cambio, lo que permitió el DNU es que rápidamente creciera más de 50% la oferta de propiedades. Desde el punto de vista jurídico es difícil justificarlo. Sin embargo, yo soy más pragmático y el DNU tiene un montón de reformas que son buenas para la Argentina y está produciendo efectos positivos. Ahora bien, en las áreas donde no es así es donde hay que avanzar con proyectos específicos.
Abrir las importaciones, ¿no te parece un retroceso para la producción nacional?
Ese argumento es contradictorio con el siguiente. No se puede sostener el argumento de que pocas compañías dominen un mercado estableciendo precios no competitivos, al mismo tiempo que se afirme que la introducción de competencia llevaría a la pérdida de empleos o cuota de mercado para esas empresas. Ambas afirmaciones son inconsistentes, ya que si existe un monopolio, este ya está imponiendo un precio por encima del nivel competitivo. Este monopolio podría, de hecho, operar con precios más bajos sin necesidad de recortar personal, simplemente aumentando la cantidad vendida en el mercado. Personalmente, valoro la competencia, especialmente en sectores donde esta es limitada o prácticamente inexistente. Por ejemplo, al comparar la oferta de marcas de fideos en supermercados de Uruguay, Chile o Brasil, donde encuentro una amplia variedad de opciones, con la situación en Argentina, donde apenas hay cuatro marcas de dos empresas principales. Por tanto, si existe la oportunidad de abrir la importación para aumentar la oferta y la competencia en el mercado, estoy a favor de ello.
Si tuvieras que decir el mayor problema que tiene el país, ¿cuál sería?
El mayor desafío que enfrentamos en el corto plazo, sin duda alguna, es la inflación. Sin embargo, a largo plazo, el principal problema radica en el ámbito educativo. Nos encontramos ante una profunda fragmentación social en Argentina, donde la sociedad está dividida en dos realidades muy marcadas. Históricamente, aunque siempre existieron sectores pobres en el país, también había oportunidades de movilidad social. La idea de que nuestros hijos tendrían un futuro mejor que el nuestro era prácticamente una certeza, al igual que nosotros superábamos a nuestros padres, y ellos a sus antecesores. Lamentablemente, esta ascendente movilidad social se ha quebrado en Argentina. Antes, aunque algunos avanzaban más rápido que otros, todos tenían la posibilidad de progresar. Sin embargo, hoy en día, aquellos que transitaban por el carril lento han caído y se encuentran en una ruta alternativa precaria, llena de obstáculos que ya no conducen hacia adelante. Esta situación se agrava en el ámbito educativo, donde se evidencia una marcada segregación social. Algunas escuelas de la Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, imponen cuotas elevadas con el único propósito de limitar el ingreso a estudiantes de distintos estratos sociales. Esto ha llevado a una cristalización de las clases sociales, donde los hijos de familias acomodadas estudian junto a sus pares, y lo mismo ocurre con los niños de familias menos privilegiadas. Esta división genera una sociedad polarizada y fragmentada, con altas probabilidades de enfrentar conflictos y violencia en el futuro. Una sociedad así no puede prosperar ni crecer de manera sostenible. Es fundamental trabajar en revertir esta situación para construir una sociedad más inclusiva y equitativa.
¿Y eso cómo se puede solucionar?
La única forma de volver a unir esa sociedad es que nosotros tengamos la capacidad de reconstruir una escuela pública que funcione y eso es un desafío muy grande que va a trascender este gobierno. Milei no tiene el foco puesto ahí. Hay que resolver dos problemas, el primero es el de la inclusión y el de la movilidad social. Pero el segundo es el problema que la mayor parte de los estudiantes sigue carreras sociales, muy poca gente sigue carreras técnicas que obviamente son las mejores pagas y son las que permiten el desarrollo económico de los países. Nosotros necesitamos incrementar mucho la matrícula en ingeniería, en carreras de programación, en carreras técnicas, en escuelas técnicas en el secundario. Pero para eso necesitamos matemática. Los chicos huyen de ese tipo de carreras porque se saben débiles en matemáticas. Si nosotros conseguimos esto, matamos dos pájaros de un tiro porque vamos a tener una sociedad más integrada y además mucho más productiva, con mucho más jóvenes siguiendo carreras técnicas, con mucha más posibilidad de crecimiento de la Argentina en conjunto. También tenés que rediscutir la formación docente. Hay más de mil institutos de Formación Docente en Argentina que nadie controla. Nadie sabe qué aprenden los jóvenes que están preparándose para ser maestros en esos institutos. Además le pagamos lo mismo a un docente que va a dar clases en una escuela donde los chicos son mis hijos -que no tienen problemas para aprender porque empezaron en la escuela sabiendo leer y escribir y sabiendo operaciones básicas- que a un docente que va a una escuela del conurbano, donde los chicos tienen problemas para aprender porque además tienen problemas sociales. Podríamos hacer perfectamente un ítem “aula desfavorable” y pagarle mejor a aquellos docentes que son buenos y que están dispuestos a ir a las escuelas donde los chicos tienen más problemas para aprender. Todo eso sería novedoso también, desde el punto de vista de cómo ponemos los incentivos del Estado. Pero hay que medir resultados y Argentina tiene aversión a las mediciones.
¿Sos amante del poker?
Me fascina el póker; lo veo como una bella metáfora de la vida misma. Requiere habilidad, pero también implica un elemento de azar, y constantemente te enfrenta a la toma de decisiones en medio de la incertidumbre. De hecho, la mayoría de las decisiones importantes que tomamos en la vida están rodeadas de incertidumbre. Desde la elección de nuestra carrera universitaria hasta decidir con quién vamos a compartir nuestra vida, siempre hay un margen considerable de error. El póker enseña valiosas lecciones; incluso cuando hacés todo correctamente, una simple carta puede cambiar completamente el rumbo del juego. Podés encontrarte en una situación donde jugaste de manera impecable, pero la suerte simplemente no está de tu lado. Del mismo modo, alguien más puede tomar una decisión terrible y, sin embargo, recibir una carta que lo salve milagrosamente. La vida está llena de estas ironías, donde a veces las malas decisiones resultan en buenos resultados, y viceversa. Sin embargo, a largo plazo, el póker es un juego justo. Premia la habilidad y la consistencia en la toma de decisiones. Pero para beneficiarte de eso, tenés que mantener la calma incluso en medio de una mala racha. Cuando permitís que la frustración te domine, es más probable cometer errores. Este principio se aplica no sólo en el póker, sino en todas las facetas de la vida. En resumen, el póker es una excelente escuela para aprender a manejar la adversidad y mantener la compostura ante la incertidumbre.