Por Lucía Salinas*
En esta edición de Fronteras, centro mi relato en la Patagonia austral, donde la inmensidad de la estepa diluye las fronteras y transforma la soberanía en una idea difusa. A través de historias inéditas, exploro cómo el paisaje y la necesidad tejen una identidad particular en estos márgenes inhóspitos, donde la ley y el límite se cruzan y se desvanecen.
La frontera sur de la Argentina es diversa. Inhóspita, salvaje por donde se la mire. Ese territorio es complejo producto de una de sus principales características: su extensión inserta en esa estepa patagónica donde parece desdibujarse cualquier límite que se entienda como aquello que separa un país del otro. Dueña de un paisaje único y de kilómetros que se pueden recorrer en absoluta soledad, esta tierra que se vuelve más cruenta en época invernal, es testigo de cientos de caminos clandestinos que son transitados con habitualidad y hasta con cierta naturalidad.
En esta nueva edición de Fronteras, una versión impresa y ampliada (Editores del Sur), se suman historias inéditas que transcurren en la frontera más austral de la Argentina.
Argentina y Chile son países limítrofes, el concepto como soberanía territorial es indiscutible. Pero cuando se piensa en límites el sinónimo que inmediatamente aplicamos, es la idea de fronteras. ¿Existe ese límite territorial en aquellos rincones de la patagonia donde no hay hitos geográficos que indiquen dónde comienza y dónde termina el suelo nacional? En esta ampliación de Fronteras, me enfoqué en el sur del país y de punta a punta de nuestro territorio, muchas realidades se replican como si fueran una dinámica inherente a esos bordes que buscan delimitar soberanía.
El desafío fue profundizar en la otra realidad que se construye en los bordes, cruzándose, borrando esas líneas que tantas veces hemos visto trazadas en la cartografía. La frontera en estos lugares adquiere y construye su impronta. Le da vida los intercambios continuos y llega a existir una cierta “identidad de frontera”. Esto se traslada a la frontera más austral del país, también.
De punta a punta del país las organizaciones criminales logran operar. ¿Cómo se vinculan estas fronteras tan extremas? Ese extenso recorrido requiere, indefectiblemente de la colaboración y connivencia de algunos funcionarios de las fuerzas federales que deben controlar las rutas federales que unen al país de norte a sur. La situación económica del país, instala en estos puntos geográficos tan lejanos uno del otro, una realidad que parece unirlos y así, achicar distancias: el universo paralelo que construye la necesidad extrema de algunas comunidades.
Algo es inevitable concluir cuando se recorren esas fronteras patagónicas de gran extensión. La geografía aporta lo suyo, como ocurre en el norte de la Argentina. Le otorga identidad propia, se constituye como un factor determinante en más de un rincón de ese vasto territorio.
La estepa, ese paisaje reiterado por kilómetros y kilómetros, se instala como un factor beneficioso para ciertas organizaciones criminales. La inmensidad se impone y la idea de que transitan una “tierra de nadie”, los rige. En suelo santacruceño la particularidad es la gran cantidad de campos fronterizos que hay que conviven a pocos metros de las instalaciones de los puestos migratorios oficiales.
De norte a sur hay una expresión reiterada: Fronteras porosas. Cuando se coloca la lupa en la frontera austral hay números que lo explican: Entre la provincia de Tierra del Fuego y la provincia de Santa Cruz, tenemos seis pasos fronterizos, por ejemplo en el Paso San Sebastián, que está en la provincia insular, al día pasan más de 220 camiones desde el lado argentino – chileno. Todo eso en un paso habilitado legalmente y que no cierra ningún día del año. Allí la gente de aduanas nuestra tiene cuatro funcionarios y un perro para poder fiscalizar en ese paso fronterizo.
En el avance de la investigación me encontré con un concepto que une ambos extremos de nuestro país. Tanto en esa frontera austral como en el norte extremo del país, el delito denominado transnacional, que no distingue fronteras, evolucionaron en los últimos años a pasos agigantados y en la actualidad operan como holdings. La finalidad sigue siendo la misma: mejorar las formas y los métodos que les permitan maximizar sus ganancias.
Para que esto funcione se están vinculando a través de distintas vías con las que buscan blanquear los capitales y las ganancias obtenidas a través de la generación de empresas de fachada, la incorporación al mercado formal de los bienes, lo cual hace más difícil poder pesquisarlo. El lavado de activos está permitiendo que sea más fácil que se puedan generar estos delitos.
Al igual que las organizaciones criminales que trascienden la frontera sin discusión respecto a las jurisdicciones que cruzan, los fiscales entienden que el trabajo para combatirlas debe ser igual: transnacional. Intercambiando información de trabajos de inteligencia, estableciendo puntos de contacto entre los expedientes, generando un tráfico de documentación y datos que permita llegar al corazón de estos grupos criminales y no únicamente, a quienes como un eslabón intermedio, mueven la mercadería de un país a otro.
De punta a punta del país las organizaciones criminales logran operar. ¿Cómo se vinculan estas fronteras tan extremas? Ese extenso recorrido requiere, indefectiblemente de la colaboración y connivencia de algunos funcionarios de las fuerzas federales que deben controlar las rutas federales que unen al país de norte a sur.
La situación económica del país, instala en estos puntos geográficos tan lejanos uno del otro, una realidad que parece unirlos y así, achicar distancias: el universo paralelo que construye la necesidad extrema de algunas comunidades. Es cierto que prevalece mucho más en el norte del país, pero hay algo propio que sucede en las ciudades fronterizas y que permite unir ambas puntos. Se trata de aquellos eslabones más débiles que por necesidad, por aducir una falencia del Estado a la hora de proporcionar fuentes de trabajo genuinas, conviven con el delito y hacen del mismo, su única fuente de ingreso.
Así como en Salvador Mazza (Salta) me encontré con los patios de las casas que se utilizaban para pasar de Argentina a Bolivia, algo similar con su propia impronta encontré en el sur. En la frontera más austral del país, hay otro factor: los campos fronterizos, propietarios de cientos de hectáreas que se ubican en puntos estratégicos y que terminan siendo dueños de los campos de un lado del otro. Se constituyen en un camino alternativo, clandestino y particularmente, alejado de cualquier control, tanto para los contrabandistas como para los narcotraficantes.
La jurisdicción de Santa Cruz tiene una importante cantidad de campos en los que sólo un alambrado hace de línea divisoria con Chile. Esto permite a las organizaciones criminales, la movilización de grandes cantidades de mercadería. Se realiza, lo que la justicia determina como “transición a grandes escalas”, esto incluye cubiertas, cigarrillos, divisas. En el caso de estas últimas, “cambian mucha cantidad de plata, lo pasan con los campos. Lo que pasa es que ahí, ¿qué se puede hacer? Habría que ver una cuestión donde se reforme la parte del límite o haya una cuestión legal donde permita a las fuerzas federales poder ingresar”, reflexionan autoridades de la fuerza federal.
Desde Gendarmería Nacional, parte del equipo destinada las investigaciones, admite que esa peculiaridad de los campos que se convierten en una suerte de terreno “binacional”, se transforman en un obstáculo, en una dificultad para trabajar. Partiendo de la base de que por sí es una jurisdicción muy extensa, lo que complejiza la parte operativa de las fuerzas federales, pero además se suma el desafío que imponen los campos. Se conjugan allí dos cuestiones: la primera de ellas es el ingreso porque es propiedad privada y segundo, que por las características geográficas, tampoco son de fácil acceso. Los caminos no son aptos para vehículos normales y cuando se acerca la época invernal, mucho menos. Hay que recorrer muchos kilómetros por estrechas sendas de ripio, donde la nieve y la escarcha pueden jugar una mala pasada.
Son lugares propicios para cualquier organización que quiera operar en cualquier ámbito, ya sea narcotráfico, lavado de activos. Al reducido personal con el que se cuenta, se le suma la extensión de la estepa patagónica, los campos fronterizos, el territorio inabarcable donde las organizaciones transnacionales trazaron pasos inhabilitados sorteando todo tipo de inclemencias climáticas y otorgando a la frontera más austral del país, una peligrosidad que hace diez años atrás, no tenía asignada.
De norte a sur, Fronteras sigue formulando interrogantes, abriendo nuevas discusiones. Una realidad que como el delito no distingue de límites y éstos, lejos están de separar, dividir los territorios. En esos lugares difusos, es donde volvimos a meternos con esta investigación.
* Periodista de Clarín especializada en investigación y temas judiciales